AFP/Getty Images A medida que caen las reservas internacionales de Argentina, una megadevaluación parece inevitable, nuevamente. Algunos paĆ...
A medida que caen las reservas internacionales de Argentina, una megadevaluación parece inevitable, nuevamente. Algunos paĆses aprenden las lecciones de su historia monetaria, pero Argentina es un caso aparte.
A fines de los aƱos 90, en Buenos Aires se hablaba de reemplazar el peso con el dólar estadounidense. El posible impacto de una dolarización se me vino a la mente la semana pasada, cuando el ministro de Finanzas irlandĆ©s, Michael Noonan, visitó las oficinas de The Wall Street Journal en Nueva York para conversar sobre la recuperación de su paĆs de la crisis bancaria de 2008.
A Noonan se le consultó si se arrepentĆa de que Irlanda formara parte de la zona euro, lo que en la prĆ”ctica impide que los irlandeses recurran a la polĆtica monetaria para arreglar una crisis de deuda. El ministro respondió que sin las restricciones del euro, la economĆa pequeƱa y abierta de Irlanda habrĆa probablemente sufrido una suerte mucho peor: una devaluación de grandes proporciones cuando sus bancos colapsaron.
Devaluar la moneda es la senda menos dolorosa cuando un gobierno no es capaz de cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, como seƱaló Noonan, sus efectos sobre la población son brutales. La devaluación reduce el poder adquisitivo del paĆs. Los salarios reales y el valor real de los ahorros de las personas comunes y corrientes disminuyen de un dĆa para otro.
Lo que es peor, observó Noonan, es que son pocos los paĆses que pasan por una megadevaluación solamente una vez. "Se vuelve un hĆ”bito", subrayó.
Tales palabras son demasiado amables para describir el caso de Argentina. Una historia de 200 años de devaluaciones recurrentes es una condición mÔs seria que una adicción. Es patológico.
La Ćŗltima devaluación se produjo la semana pasada, cuando Argentina anunció que comprar un dólar del banco central costarĆa 8 pesos, en lugar de 6,9. La relación en 2006 era de 3 pesos por dólar. La cotización en el mercado negro es de mĆ”s de 12 pesos, lo que sugiere que aĆŗn queda un doloroso camino por recorrer.
Esta crisis tiene lugar poco mÔs de una década después de la última, que ocurrió poco mÔs de una década después de la anterior. No obstante, socavar el valor del peso no es un fenómeno moderno en Argentina.
SegĆŗn el economista chileno SebastiĆ”n Edwards, profesor de la Universidad de California en Los Ćngeles y autor del libro de 2010 "Dejada atrĆ”s: AmĆ©rica Latina y la falsa promesa del populismo", la costumbre argentina de devaluar se remonta a la dĆ©cada de 1820. En 1827, el peso papel que circulaba en Argentina se devaluó en 33,2%, seƱala Edwards. La divisa perdió otro 68% en 1829. Hubo una devaluación de 34% en 1838, de 65,5% en 1839, de 95% en 1845 y de 40% en 1851. Un sistema de convertibilidad impuesto en 1868 fracasó en 1876 y otro establecido en 1891 sobrevivió hasta 1914.
Para los polĆticos, era apenas el comienzo. SegĆŗn Edwards, hubo crisis cambiarias en 1938, 1948, 1949, 1951, 1954, 1955, 1958, 1962, 1964 y 1967.
En 1971, escribe Edwards, hubo una nueva crisis cuando el peso fue devaluado en 116,8%. (El porcentaje puede exceder 100 porque se calcula usando pesos por dólares). La inestabilidad económica en Argentina se agravó después de 1974. La inflación ascendió a 444% en 1976. Esta recurrencia de las crisis tuvo un impacto negativo en el crecimiento: el ingreso per cÔpita cayó a una tasa anualizada de 1,7% entre 1975 y 1985. Para 1985, la inflación llegaba a 672%. Entre 1981 y 1991, la tasa de devaluación del peso promedió un asombroso 1.346% al año señala el economista.
Las polĆticas que ha seguido el gobierno de la presidenta Cristina FernĆ”ndez de Kirchner como la expropiación, la anulación de contratos, la fijación de impuestos a las exportaciones y la imposición de topes a las tarifas de servicios pĆŗblicos han destruido el capital. Mientras tanto, el gasto fiscal como porcentaje del Producto Interno Bruto se duplicó en los Ćŗltimos 10 aƱos. Ni los extranjeros ni los argentinos quieren tener pesos porque el banco central erosiona su valor al imprimirlos en exceso. Cuando eso ocurre, casi no hay forma de detener una corrida contra las reservas internacionales del banco central, una espiral inflacionaria y el empobrecimiento del paĆs.
Las reservas de Argentina en moneda extranjera cayeron en US$1.250 millones la semana pasada conforme su banco central se empeƱaba en defender el peso. Las reservas llegan ahora a apenas US$28.300 millones, frente a un mƔximo de US$52.600 millones en enero de 2011.
La agudización de la escasez de divisas extranjeras estĆ” destinada a tensionar una economĆa que depende de materias primas importadas y bienes intermedios en los sectores industrial y agrĆcola. Los argentinos ya reportan problemas para encontrar medicamentos que provienen de otros paĆses. Los controles de precios, que se aplican en forma informal mediante la intimidación, complican aĆŗn mĆ”s la situación. Los importadores pueden comprar dólares en el mercado negro para pagar a sus proveedores extranjeros, pero pierden dinero a menos que puedan ajustar sus precios minoristas.
El gobierno, que teme un alza de la inflación, anunció la semana pasada que aumentarĆa la competencia en los mercados locales al introducir mĆ”s importaciones si los productores argentinos tratan de subir los precios. Aparentemente, a los genios del banco central se les olvidó decirles a los controladores de precios que no tienen los dólares necesarios para traer mĆ”s importaciones.
Jorge Capitanich, el jefe de gabinete, dice que los especuladores, en su afÔn por ganar dinero rÔpidamente al castigar el valor de los activos para luego comprarlos, son la causa del colapso del peso. Esta clase de ignorancia económica de los gobernantes de una nación de 41 millones de personas es aterradora. Pero en Argentina no es de extrañar.